martes, 16 de febrero de 2010

ÁREA 51


Cuando Kafka escribió “El Proceso”, nos hablaba de un juicio interminable y de un hombre atrapado en una burocracia incomprensible, tan absurda como amenazante. Parecerá aventurado decir que el bueno de Franz no estaba creando una realidad paralela, sino reflejando, a través de su filtro poético, el mundo que le tocó vivir. Lo cierto es que, la etiqueta roja, como llaman los británicos a todos los papeleos y obligaciones legales a los que estamos condenados por nacer tras la revolución industrial, es una carga tan pesada que a menudo acaba doblegando al individuo.
Decir hoy: “el Estado”, es mentar algo tan fuera de nosotros mismos que casi equivale a pronunciar el nombre de Dios. Según los teólogos, Dios está en todos nosotros (o nosotros estamos en Dios, si se quiere), pero no le vemos ni podemos preguntarle, ni quejarnos, ni felicitarle o condenarle por su Obra Creadora. El Estado, por su parte, es ese ente que nos rebasa, del que formamos parte casi inevitablemente y que en lugar de guardar silencio, como el Creador, nos deriva hacia cualquiera de sus millones de ramificaciones, todas con sus toneladas de impresos innombrables, para que nuestra queja o súplica llegue tarde y suavizada por los formalismos burocráticos.

jueves, 11 de febrero de 2010

Crónica sincera, sinceridad crónica (15.02.2004)

Era medianoche. El periodista novato trataba de estrujarse los sesos para publicar otro artículo. Su novia leía una revista sentada sobre sus piernas dobladas, como La Sirenita de Copenhague. El mundo estaba lleno de noticias, pero a sus ojos que ojeaban desesperadamente el periódico (no había hecho los deberes), no llegaban. Quiero decir que llegaban, pero que en ninguna veía la historia de nadie que necesitase contarla. De todas formas, el error ya se había cometido. No se puede buscar noticias en los periódicos porque ahí ya están muertas. Algo importante (o no) ha pasado en el mundo real y a un pez gordo (o no tan gordo) se le ha ocurrido enviar a un periodista novato (o no) a cubrirlo. Éste llega, registra datos y trata de construir una historia coherente donde, a menudo, no la hay. Total que una historia real que ocurrió a personas, como usted y como yo, aparece impresa en un papel grisáceo. Y muerta. Tan muerta como suelen estar sus protagonistas, bien acuchillados por la persona con la que dormían o bien reventados por una bomba que, desgraciadamente, no era para ellos pero acabo siéndolo. Es ese punto donde al periodista novato le pareció que debía hacer hincapié. Quería gritar desde la tribuna que le ofrecía un periodicucho entrañable que costaba un parto sacar cada quincena. Quería hablar a sus no lectores (lo cierto es que nadie leía lo que escribía) sobre personas que se peleaban, robaban o eran robadas, reían, lloraban y morían. Pero se deprimía constantemente tras verlos después en sus historias muertas, en sus crónicas de hechos que parecían haber pasado hace mucho tiempo y a los que siempre llegaba tarde. Y sentía que ningún trabajo era más inútil que el suyo. Seguía sin saber de qué escribir. Ni siquiera sabía ya por qué lo hacía. Hasta sintió una tremenda desazón de una sociedad que andaba siempre preocupada por saber lo que ya nunca volvería a ocurrir. Decidió, por una vez, no participar en su juego, no contarles historias muertas a los vivos para que estos se sintieran más vivos. Se le ocurrió que con un artículo podría entretenerles un rato, hacerles perder el tiempo que exprimían con drogadíctica ansiedad. Miró a su novia que se levantó para ir a la cama. Mientras cruzaba la puerta, el pelo descubrió un poco de su nuca, y le devolvió un poco las ganas de vivir. Empezó después a escribir estas líneas, que ahora acaban

martes, 9 de febrero de 2010

LAS CEJAS DEL ALCALDE


Es verano de 2004, y el periodista novato se encuentra en un amplio salón del Ayuntamiento viejo de Madrid, esperando mientras revisa su maletin, su micrófono, su grabadora de cinta. En su misma situación hay muchos compañeros de otros medios, todos mayores que él, mejor vestidos, más preparados y más tranquilos. Al otro lado de la enorme puerta blanca, Gallardón se reune con el todavía Presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Dentro no hace calor, pero julio está bien entrado y los cuerpos sucumben inevitablemente a la modorra. El tiempo de espera, cada vez más largo, se torna agotador.
El aburrimiento tomó forma de sala de recepciones vacía, y la mente del periodista novato, siempre proclive al chiste y la distracción fantasiosa, ordena sacar bloc y boli y dispara unos versos inspirados en el Alcalde, o mejor, en sus cejas:

Las cejas del Alcalde son toscas, negras, honestas
surcan un ceño que sabe fruncirse del revés,
las cejas del Alcalde, si este miente, suben
buscando escondite entre su mata rizada.
A fin de cuentas, ellas nunca quisieron ser alcalde.

Y claro, el ejercicio de Dadaísmo informativo no le llena nada de ese vacío de tiempo muerto, de peón bloqueado esperando lo que tenía pinta de ser un canutazo sin preguntas, aburrido, soso, institucional. Muerto. En esos momentos, cuando tiene que esperar más de una hora para publicitar sin opción a pregunta el discurso del poder, el periodista novato empieza a comprender la trampa que encierra el mundo en el que se está metiendo. Finalmente aparecen Regidor y Presidente Regional y confirman las pobres expectativas.  Una mañana perdida, no hay preguntas, pero a Ibarra siempre se le puede sacar algo. Coger el corte y contarlo luego en cincuenta segundos. Un coñazo, vaya,

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lunes, 8 de febrero de 2010

RADIOGRAFÍAS

Decíamos ayer que la Ley del Menor actual está bajo amenaza. Son ya no pocos los sectores que reclaman que el que delinque como adulto pague como tal, sea cual sea su edad. No es casual que este aumento pretendido de la edad penal aparezca en nuestras vidas al tiempo que otros sectores comenten que conviene que trabajemos un par de años más. El mensaje es claro: la sociedad pretende que uno sea niño menos tiempo y tarde más en hacerse viejo, alargando su vida productiva, la que eleva sus impuestos y cotizaciones y reduce su costo a las arcas del Estado. De momento son propuestas, pero que marcan una dirección clara y que acabarán, tarde o temprano, imponiéndose.

lunes, 1 de febrero de 2010

Silencio


Cuando estudiaba la carrera de periodismo un profesor me dijo: habla siempre como si te estuvieran grabando. Era como una frase de película de espías, pero era un buen consejo de alguien que venía bien curtido de la dirección de un medio nacional. Como en las detenciones, en la vida tiene uno derecho a guardar silencio, y a saber que cualquier cosa que diga bien pudiera ser (y será) utilizada en su contra en cualquier circunstancia. Pero nunca callamos, por mucho que sepamos que lo inteligente es hacerlo, nuestras bocas no se sellan porque están ansiosas de dar rienda suelta a nuestros pensamientos.