martes, 25 de mayo de 2010

El público y su presencia (y II)



En el sur de Italia, por razones que no es necesario recordar, se acuñó la frase "Non vedo, non sento, non parlo". Ciegos, sordos y cojos, a sus habitantes les ha servido para proteger, la mayoría de las veces, sus vidas, expuestas por la amenaza de los que se esconden tras este secreto ficticio para matar. Pero claro, por mucho que la Omertá selle los labios, párpados y orejas, es inevitable que uno vea, que uno oiga, y, aunque sólo sea el más valiente o inconsciente o el más harto, acabe hablando. Ser testigo es algo no elegido, un regalo envenenado que nos da la casualidad o el destino. Ser testigo, salvo en los contratos y en las bodas, no se elige, y uno deberá vivir inevitablemente con eso que ha visto, ya sea una mano que desliza una chocolatina furtiva al bolsillo en el supermercado, a la novia de un amigo del brazo de otro o como le descerrajan quince tiros a alguien que rompió alguna vez esa losa de silencio.


martes, 11 de mayo de 2010

El Público Parte 1. Público cuántico


Con su permiso, queridos lectores y oyentes, vamos a ponernos un poquito cuánticos. En 1801, Thomas Young realizó un experimento para ver como se comportaban la luz al pasar por dos rendijas paralelas. El resultado, sorprendente, es que en la pared del fondo, donde llegaba la onda lumínica filtrada por ambas franjas, no mostraba dos barras de luz, sino muchas, más intensas en el centro, y más difusas a los lados. La materia no modifica su trayectoria, pero las ondas se interfieren a sí mismas, y se desvían. Si todo esto aún les suena a húngaro, o si lo entienden, pero les gusta ver los argumentos de una forma más visual, miren el mar y sus olas, y cómo unas desvían a otras, hasta acariciarnos los pies y hundirlos en la arena.

martes, 4 de mayo de 2010

Cincuenta mil locos

A la orilla de un río que este año corre inusualmente caudaloso, pero que siempre ha tenido infraestructuras muy superiores a su importancia fluvial, hay un estadio de fútbol. Un estadio que ha cumplido ya sus cincuenta y cuatro años, y que bien pronto, allá en el apocalíptico 2012, se habrá convertido en otra cosa urbanizable. De momento lo acarician a diario miles de coches en su tránsito cotidiano por la M30, dejando claro que el Vicente Calderón incordiaba un poco ya hace décadas, cuando se construyó la autopista de circunvalación madrileña.