viernes, 13 de mayo de 2011

¿Y el silencio?

Hubo un tiempo en que el silencio era mucho más que la ausencia de sonido. Zumbaban los insectos alrededor de una higuera, las ovejas balaban, el viento silbaba entre las ramas, y sin embargo el pastor, adormilándose a la sombra del árbol, percibía un silencio. O al menos era un silencio humano, un remanso sin palabras ajenas, escritas o habladas, invadiendo su pensamiento. De repente un día, ese pastor, pudo leer, y sus silencios se vieron interrumpidos por el pensamiento y las palabras de otros. Después, ese pastor llegaba a casa, y el silencio era, por ejemplo, el chasquido que hacían las agujas de tejer de su mujer y el fuego crepitando en la chimenea. Luego alguien ideó el teléfono, la radio, la televisión y, en un alarde de genialidad comunicativa, internet.  En ese momento, el silencio se convirtió en algo tan literal que asustaba, como si una especie de maraña de palabras, imágenes y demás ruidos inundase nuestras almas y tuviéramos, de repente, una incapacidad preocupante para escucharnos a nosotros mismos.