martes, 19 de febrero de 2013

Matar al mensajero


(Introducción de La Persiana del 10 de abril de 2012. Se hace referencia a la siguiente noticia.)
http://politica.elpais.com/politica/2012/04/09/actualidad/1333985643_619652.html

No es fácil dar malas noticias.  Este hecho viene motivado por uno aún más obvio. A nadie le gusta recibir malas noticias. Siguiendo con esta cadena de evidencias, cuanto más cerca nos toque el perjuicio, o más grave sea éste, más fastidia el recibir las nuevas. Esto Rajoy lo sabe, como lo sabía Zapatero, porque aunque los dos desempeñan a la perfección el papel de idiotas en esta farsa, no son tan idiotas como nos hacen creer. Por eso eligen cuidadosamente los tiempos y se prodigan poco, y limitan las ruedas de prensa y buscan los días más adecuados para que la reacción a la nueva hecatombe que anuncian sea lo más débil posible. 

Recordad el gol de Iniesta en la final del Mundial de 2010. Ese momento en que millones de personas contuvieron el aliento y después gritaron y se sintieron también campeones y campeonas del mundo, aunque sufrieran los rigores del verano español y de la crisis que no, no estaba a punto de acabar. Ahora, congelad el recuerdo de la pierna armándose del fuacho manchego y recordad que sólo 21 días antes el entonces presidente del Gobierno anunciaba la hasta entonces más dura reforma laboral de la historia. La huelga general llegó tres meses tarde y pocos siguieron a los sindicatos en su poco creíble farol. Además, a quién le importa que te exploten sí has visto a Iker Casillas levantar un bloque de oro macizo en tu tele de plasma que, imprudentemente, financiaste.
Rajoy se encontró con un marrón, no se lo vamos a negar. Pero enfoquemos bien: el marrón de un presidente no es su marrón, aunque le arrugue el gesto, o le platee la sien de canas o le esculpa en relieve profundas ojeras. El marrón de Rajoy es el nuestro, y él lo sabe y tiene que ir revelando poco a poco nuestra condena, porque si nos mostrara su agenda de golpe, el hartazgo superaría el límite de lo tolerable.  Por eso dicen que no, luego que quizás, para acabar diciendo que sí, y además doble. En realidad cabrea más, pero uno va apagando su necesidad de rebelión en muchos rebotes que sólo nos agrían las lentejas y las siestas.
¿O debemos de creer que hace diez días nadie en el gobierno sospechaba que era indispensable recortar 10.000 millones más en educación y sanidad? Sólo diez días después de aquellos presupuestos que Montoro presentaba con sonrisa y pinta de empollón, resulta que es necesario ahorrar más. La estrategia es tan burda como efectiva, pero tendrían que tener cuidado porque, de tanto hacerle el truco al perro en el hocico, quizás algún día lo estire y muerda la mano que pretendía engañarle.

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